sábado, 11 de diciembre de 2010

El Nobel Peruvian

Mario Vargas Llosa y Morgana. Foto: Daniel Mordzinski
Estupendo el artículo de Fernando Iwasaki en el diario ABC donde cuenta cómo vivieron el Premio Nobel a Vargas Llosa aquellos que, por su cuenta y riesgo, decidieron ir a ver a Mario Vargas Llosa en frac. Su conclusión es osada pero me temo que podría ser bastante cierta: “Mario Vargas Llosa es el undécimo Premio Nobel de la lengua española, pero sin duda es el primero que todos los hispanohablantes sentimos como propio”. Desde la fiebre de Vargas Llosa (que amenazó con impedirle decir su discurso) hasta los hurras a lo rock star (o fútbol star), todo está contado aquí por Iwasaki.
Dice la nota:
Si en su maravilloso discurso Vargas Llosa confesó cuánto echaba en falta a su madre, contemplando la felicidad de los asistentes me acordé de «Cartucho» Miró Quesada y «Pipo» Thorndike, de Luis García Berlanga y Guillermo Cabrera Infante, entre otros amigos ausentes a quienes les habría encantado disfrutar de la fiesta del Nobel. Por eso Fernando de Szyszlo, Carmen Balcells, José Miguel Oviedo y todos los comensales del Dance Museum nos congratulábamos por haber podido estar ahí y vivir aquella fiesta junto a Mario, quien tuvo que retirase más temprano por culpa de la fiebre. El día de la entrega del Premio Nobel amaneció soleado, aunque la luz solar se extinguió antes de la una del mediodía. Para entonces el Grand Hotel era un revuelo de periodistas, fotógrafos, sastres, modistas y peluqueras. Algunos editores recién llegados en la víspera habían perdido sus equipajes y se vieron en la urgencia de alquilar los trajes del protocolo. Ni las fotos familiares ni ver a los niños tan guapos aportó algún instante de calma, pues cuando nos enteramos que Carmen Balcells había tenido que regresar a Barcelona por razones familiares se nos encogió el corazón. Si alguien merecía estar junto a los Vargas Llosa en primera fila, esa era Carmen Balcells. Para uno que ha visto ensayar y probar sonido a tantos artistas flamencos, nunca me habría imaginado que los Premios Nobel serían todavía más ajenos ante el «estreno» que se les avecinaba en el Stockholm Concert Hall. No hay como ser Nobel de Química o de Economía para ser invulnerable al miedo escénico. O al menos eso creerían ellos, porque seguro que nunca se imaginaron que Vargas Llosa sería despedido del «lobby» del Grand Hotel como una estrella del rock. En efecto, la aparición de cada miembro de la familia Vargas Llosa era recibida entre gritos, piropos, hurras y felicitaciones, para asombro de los demás premiados que habían viajado hasta Estocolmo sin fans, hinchas o «grupies». ¿De dónde había salido toda esa fervorosa marabunta que coreaba sólo el nombre del Nobel de Literatura? Para que nadie se resintiera le hicimos la ola al Nobel de Física y cuando llegó uno de los galardonados en Química le dedicamos la conocida melodía de «Soy japonés, japonés, japonés…». Hasta que Mario Vargas Llosa salió del ascensor.Todos los amigos peruanos y españoles, argentinos y colombianos, chilenos y cubanos que habíamos decidido ir a Estocolmo por nuestra cuenta para darnos el gusto de expresarle a Mario todo nuestro cariño y admiración, seguro que nunca imaginamos que la emocion sería tan grande y la explosión de alegría tan inmensa. Al verlo salir entre aplausos y banderitas peruanas, pensé que no podía haber justicia mayor y que la obra y la persona de Mario, su familia y sus seres queridos, se merecían una fiesta así, un reconocimiento así, una felicidad así. El jolgorio continuó en el «Stockholm Room» del Grand Hotel, donde a través de una pantalla gigante seguimos la transmisión por el canal sueco SVT 1. Debo admitir que sólo recuerdo una situación semejante: cuando vi la final de la Eurocopa 2008 desde un abarrotado salón del Colegio de España de París. Entonces todos nos abrazábamos y saltabamos por el triunfo de España, pero ahí en Estocolmo era muy distinto, porque la mayoría llorábamos o nos felicitábamos porque nos reconocíamos felices en la gloria y la posteridad de Mario Vargas Llosa. Qué maravilla por Álvaro, que tantos sinsabores ha vivido junto a su padre; que extraordinario por Gonzalo, que es la discreción encarnada; qué alegría por Morgana, cuyas bellísimas fotografías también narran historias, y qué felicidad por Patricia, porque sólo ella sabe cuántas privaciones y renuncias personales suyas han permitido que todos vivamos este momento. Mario Vargas Llosa es el undécimo Premio Nobel de la lengua española, pero sin duda es el primero que todos los hispanohablantes sentimos como propio.

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